La obra de Juliana Bernal propone una serie de relaciones visuales y espaciales a partir de la experiencia vital de la maternidad. A través del ejercicio del doblez y el tramado de papel en modulaciones, volúmenes y juegos geométricos, la artista traduce el lenguaje afectivo del cuidado, la espera y la unión entre la madre y el hijo. Las formas derivadas evocan en el espectador la experiencia propia del vínculo y el recogimiento, y despiertan un efecto cinético que sugiere movimientos cíclicos o en espiral. El concepto de ciclo, precisamente, recorre el trabajo de la artista como símbolo del transcurso de la vida y de su gravitación incesante sobre los individuos. Las composiciones de Bernal se definen en el ritmo, las secuencias y las gradaciones cromáticas. Este lenguaje visual es el resultado de la transposición de su devenir emocional y de la exploración consciente de su lugar enunciativo como madre.
Es así como la práctica artística de Bernal es una consecuencia de la búsqueda que lleva a cabo desde su experiencia de gestación, y en la que se ve sometida a distintas transformaciones sensibles y a una percepción de su propio sujeto como organismo enlazado con otro ser, en un entorno compartido. De esta manera, una presencia fundamental en su obra es la evocación simbólica del nido y de su condición de protección y demarcación del espacio íntimo; un lenguaje que a su vez se vertió en el propio proceso formativo y terapéutico posterior con su hijo. La serie Nidos sintetiza el viaje de la artista por la conciencia y la comprensión de la maternidad como creación de la vida, no sólo en sentido biológico, sino como proceso social y cultural. La figura de la madre subyace en el corazón de la obra como esencia primordial y sostén del crecimiento humano. Los nidos como estructuras cromáticas visuales sugieren nociones de seguridad, refugio y comodidad.
El color es también un vector primordial en el trabajo de Bernal, pues la forma en que se dispone y se combina en cada pieza responde a una finalidad psicológica que sumerge al espectador en los estados anímicos que han inspirado la obra. La artista ha definido juiciosamente una paleta cuyas propiedades provocan una experiencia envolvente. Así, su obra está atravesada por tonos primarios que aluden al origen y la fuerza de la vida: amarillos y dorados que sugieren la luz, el valor y la belleza; azules, que representan la armonía y la fidelidad; y rojos, que invocan la vitalidad y la alegría. Estos matices se complementan con tonos terrosos que hablan del arraigo, lo acogedor y lo natural; y de blancos, que simbolizan lo espiritual, el comienzo y la renovación.
El trabajo de Juliana Bernal se pregunta por la maternidad como vínculo inseparable y dominante entre la madre y el hijo desde el momento de la concepcion, y pone de manifiesto en su exploración plástica cada una de las etapas vivenciales que definen ese proceso. La forma visual, desde el color, la materia y la composición, se funde con la raíz conceptual del trabajo, en la medida en que ese papel doblado y tramado –al mismo tiempo dócil y firme por el gesto– invoca la experiencia de la dedicación y el arraigo. El hilo narrativo de la maternidad, en últimas, nos interpela como sujetos en la búsqueda de nuestra propia conexión con nuestros orígenes y nuestros espacios más primarios; con nuestros propios tejidos afectivos estimulados por el reflejo de esas tramas, esos ritmos y esos recorridos de papel.